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Había una vez una princesa triste
Que vivía en un reino triste.
El reino era triste
Porque la princesa estaba triste.
Desde su ventana triste
Se podía ver un mar triste
Y un pueblecito triste,
El único pueblecito que quedaba ya en el triste reino.
Entre sus casitas tristes
Destacaba una especialmente triste,
Con un armario triste, una mesa triste y una cama triste
En la que dormía un niño… vulgar, vulgarcito.
Ni triste ni mandangas, vulgarcito.
Y con pan o sin pan, se llamaba Juan.
De manera rimada, articulada, redondeada, recta e inclinada como una carcajada se nos presenta la vida de un pobre muchacho que habita en un reino triste.
Es una dramatización muy libre, con objetos, del famoso cuento Epaminondas. Sobre una mesa, el manipulador crea un mundo de objetos y títeres en el que se da cuenta de las aventuras que, Vulgarcito, nuestro protagonista, sufre en los distintos trabajos por los que va pasando.
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