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Sonidos (e) iniciales. Reflexiones sobre «Los sonidos de la escuela rural»

Algunas reflexiones y palabras sobre mis tres primeras estaciones en «Los sonidos de la escuela rural«, proyecto que mañana se encontrará con los alumnos y alumnas del CRA Ribera del Porma

Todo empezó con una conversación con Hara en un día de invierno. Nos pusimos al día de nuestros proyectos y me habló de algo que tenía entre manos. Algo para lo que le podía venir bien mi ayuda. Algo que encajaba muy bien con lo que yo hacía. Algo que me iba a gustar. Las palabras que se escucharon, sonidos, escuela, contexto rural, Fundación Cerezales Antonino y Cinia, Juventudes Musicales. Lo que en principio se vislumbró como una colaboración que quizás nunca llegaría, se convirtió en un proyecto apasionante que ya está en marcha y que mañana se encontrará con los alumnos y alumnas del Colegio Rural Agrupado Ribera del Porma.

Cuando la Fundación se puso en contacto conmigo, confieso que una de mis preocupaciones fue la continuidad del proyecto. Acostumbrado a la liquidez y la incertidumbre que ha marcado mi agenda, una propuesta para tres años parece, cuanto menos, una ilusión del siglo pasado. A uno le deja asombrado, más aún teniendo en cuenta la intención de que el proyecto se prolongue tras esas tres primaveras. Y como suele pasar con los acontecimientos poco comunes, no sabía si era algo bueno o malo. Las dinámicas a las que parece que nos hemos acostumbrado no contemplan otros ritmos más pausados, otros tiempos. Durante años había tenido que decidir mi futuro inmediato cada 10 meses, condicionado por el calendario escolar, con proyectos de vida limitada que nacían y morían sin llegar al segundo otoño, y ahora se me planteaba un proyecto a largo plazo que requería una implicación continua.

Superado el vértigo inicial, la incertidumbre se convirtió en estabilidad, la estabilidad en continuidad y esta, a su vez, en compromiso. Un compromiso que empezaba con el diseño y redacción de un proyecto sobre las primeras palabras que escuché aquel día de enero: sonidos, escuela y contexto. Durante las primeras semanas, intentamos concretar quiénes iban a ser los agentes y su implicación. Los nombres, Hara, Juan Luis, Nadia, Isabel, María José, Luis. Las acciones y las sinergias, residencia, taller, colaboración, encuentros. Mientras algunos conceptos cobraban forma, las respuestas al quién, cuándo y dónde habrían la pregunta clave: cómo.

Sin duda alguna, definir cuál iba a ser mi actuación durante los próximos tres años fue (y sigue siendo) lo que más horas nos ha llevado. Las dos cuestiones clave en torno a las que ha girado esta incógnita son, por un lado, el carácter de mi intervención e inserción en el tejido educativo de la zona y, por otro, el contenido a desarrollar con los alumnos y alumnas del CRA.

 

Hace algunos años llegó a mis oídos un proverbio balinés en voz del etnomusicólogo neozelandés Christopher Small:

“No tenemos arte, hacemos las cosas lo mejor posible”

Estas palabras llegaron en un momento para mí ideal, en el que pocos de los conceptos que leía sobre música y educación parecían convencerme demasiado. Mientras realizaba un pequeño trabajo de investigación sobre la improvisación musical en el aula, me aventuré a transformarlas en “no tenemos música, hacemos sonar las cosas lo mejor posible”. Pensando ahora en nuestro proyecto, creo que en gran medida mi percepción y asimilación de dicho proverbio han influido bastante en la configuración del mismo.

En relación con el contenido, ese “hacemos sonar las cosas” de alguna manera hace alusión a una realidad cotidiana e interdisciplinar de la música que queda reflejada en algunos de los conceptos clave que estructuran nuestro proyecto: paisaje sonoro y oralidad. De esta manera, la música se desdibuja para dar paso al sonido, algo a priori más abierto y relacionable con otras realidades. Hace algunas semanas, en un entorno de educación no-formal, alguien comentó que John Cage y otros músicos y/o pensadores del siglo XX habían realizado el divertido juego de confundir el arte con la vida. En aquel momento, yo me pregunté si quizás no habían hecho el necesario ejercicio de deshacer la dicotomía entre vida y arte. En nuestro caso, de experimentar lo sonoro desde la vivencia.

La segunda idea de este proverbio tiene que ver con el sujeto. Algo en lo que quizás no reparé la primera vez que lo leí, o al menos no de manera tan explícita, pero que ahora se convierte en algo muy relevante: está enunciado en primera persona del plural, es decir, existe la idea de un “nosotros”. Desde el principio me ha preocupado mi papel en el proyecto, no tanto a nivel de contenido, sino en cuanto a mi llegada a un tejido socio-educativo preexistente. Para mí ese “nosotros” implica una idea de comunidad, de colaboración en el espacio público. Un espacio público que ya existe y al que me gustaría pensar que me incorporo como una voz más.

La clave para intentar responder a estas dos preocupaciones en el contexto concreto del proyecto me la ha dado, en gran medida, una palabra que manejan en la FCAYC, a cuyo equipo me acabo de incorporar: etnoeducación. Este concepto hace alusión, en palabras de mi compañero Alfredo, a “una actitud en torno a saberes que ya estaban ahí, colocando la vida del conjunto en el lugar principal.” De alguna manera define a nivel general su implicación en el contexto del que participan.

Sería muy romántico por mi parte decir que he escrito este texto en una tarde de reflexión e inspiración. Entre el inicio y las presentes líneas, Nadia y yo hemos asistido a la presentación de proyectos seleccionados por la Fundación Daniel & Nina Carasso, institución que financia este proyecto. Ha sido muy motivador ver otras líneas de acción similares a la nuestra y, sobre todo, constatar que compartimos preocupaciones e inseguridades como algo natural e inherente a un proceso abierto y en construcción. Rafa, un compañero de un colegio de Lavapiés, dijo que era difícil definir y establecer una línea clara de actuación y contenidos en estos proyectos, y que quizás lo que los guiaba era una intuición.

 

Otro tiempo, otra actitud, una intuición. Tras otra primavera y otro verano, un otoño comienza con esas palabras sonando en un contexto concreto. Parece que empiezan a escucharse los sonidos de la escuela rural.

 

 

Luis Martínez Campo

Artista residente de la FCAYC